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EL SUEÑO DEL CELTA - VARGAS LLOSA, MARIO

 

 

28-03-1936. Arequipa

 

 

Una novela mayor de Mario Vargas Llosa.

 

La novela fue presentada el 3 de noviembre de 2010 en la Casa de América de Madrid.

 

El título hace referencia a un poema del mismo nombre que fue escrito por el protagonista de la narración.

 

Ha tardado "tres años" en culminar esta novela, desde aquel lejano y nebuloso "descubrimiento del personaje en una biografía de Joseph Conrad".

 

La aventura que narra esta novela empieza en el Congo en 1903 y termina en una cárcel de Londres, una mañana de 1916.

 

Aquí se cuenta la peripecia vital de un hombre de leyenda: el irlandés Roger Casement. Héroe y villano, traidor y libertario, moral e inmoral, su figura múltiple se apaga y renace tras su muerte.

 

 

Casement fue uno de los primeros europeos en denunciar los horrores del colonialismo. De sus viajes al Congo Belga y a la Amazonía sudamericana quedaron dos informes memorables que conmocionaron a la sociedad de su tiempo. Estos dos viajes y lo que allí vio cambiarían a Casement para siempre, haciéndole emprender otra travesía, en este caso intelectual y cívica, tanto o más devastadora. La que lo llevó a enfrentarse a una Inglaterra a la que admiraba y a militar activamente en la causa del nacionalismo irlandés.

 

 

También en la intimidad, Roger Casement fue un personaje múltiple: la publicación de fragmentos de unos diarios, de veracidad dudosa, en los últimos días de su vida, airearon unas escabrosas aventuras sexuales que le valieron el desprecio de muchos compatriotas.

 

El sueño del celta describe una aventura existencial, en la que la oscuridad del alma humana aparece en su estado más puro y, por tanto, más enfangado.

 

Vargas Llosa ha manifestado públicamente que el colonialismo de finales del siglo XIX e inicios del XX que Casement denunció, sembró una destrucción cuyas secuelas perduran en la actualidad.

 

"No hay barbarie comparada a la del colonialismo. África nunca se recuperó"

 

"Nunca he hecho novela histórica. Para mí, la historia es materia prima"

 

Todo se aúna en estas páginas para producir el efecto de cualquier novela auténtica: sacar de sus casillas al lector, transportarlo a otro mundo y hacer que brote en su espíritu, además del sobresalto, la inquietud, el horror o la compasión que proporciona la historia, esa flor preciosa y escasísima que es el placer de la lectura.

 

Temas y estructura

 

Esta novela histórica es una especie de crónica periodística, que se sirve de la ficción para relatarnos la terrible explotación colonial de África y América —Congo y Perú—. Los hechos centrales narrados en El sueño del Celta son la esclavización, la tortura, la explotación inmisericorde y la muerte, es decir, el genocidio de los indígenas del Congo y Perú, todo ello motivado por feroz codicia de compañías mercantiles que habían sobornado y corrompido a las estructuras sociales, políticas y administrativas de sus respectivos países. Vargas Llosa describe los viajes y los informes oficiales de Roger Casement como cónsul del Gobierno Británico, que le otorga las máximas condecoraciones; y que, sin embargo, lo condena a muerte —y utiliza contra él su homosexualidad y pedofilia registrada en sus diarios— cuando Casement, como irlandés que es, apoya la sublevación de su pueblo contra la Corona Británica.

 

La novela se divide en capítulos pares e impares. Los impares recorren minuciosamente los tres meses anteriores a la pena de muerte de Casement por su participación en la insurrección irlandesa independentista de 1916. Los pares recorren, también, las tres partes en que se divide la novela: La primera (“El Congo”), refiere su investigación de la salvaje explotación del Congo por el gobierno Belga y sus compañías mercantiles. La segunda (“La Amazonía"), la explotación aún más terrible y brutal, si cabe, de los indígenas de la selva amazónica por la compañía británica Peruvian Rubber Company dirigida por Julio César Arana del Águila. En la última parte (“Irlanda"), Vargas Llosa describe la participación de Casement en dicha insurrección independentista de 1916. De esta forma, ambos capítulos avanzan hacia el fin de la novela (y de la vida) de Casement ajusticiado por el Gobierno Británico.

 

Un texto que indaga en lo más terrorífico de esa forma de fanatismo que para el autor son los nacionalismos. El nacionalismo, cree, "es la peor construcción del hombre" y su expresión más extrema, el nacionalismo cultural, provoca, según Vargas, "daños irreparables para las sociedades que tienen la desgracia de padecerlo".

 

Esta novela  va a contribuir a tapar los huecos de un personaje enigmático de cuya experiencia política y vital habría mucho que aprender. Pero sobre todo, se trata de un libro con el que disfrutar.

 

El tiempo se fue en documentar la peripecia de un cónsul británico que, despertado a los horrores del colonialismo de Leopoldo II, viajó por el Congo belga en 1910 para documentar la barbarie con descarnado realismo en el informe que le daría fama (y que ahora rescata Ediciones del Viento en La tragedia del Congo). No fue esa la única amarga denuncia de Casement. La situación de los indígenas al servicio del sistema de la extracción del caucho en la Amazonia mereció otro de sus relatos de estilo aterrador por su exacta sobriedad.

 

Entregado a la causa nacionalista irlandesa, viajó a Berlín para conspirar contra Reino Unido en plena I Guerra Mundial, participó en el alzamiento del Ulster de 1916 y acabó condenado a morir ahorcado tras tres meses en prisión y un juicio que conmovió a la sociedad británica por el aireamiento de unos diarios repletos de escabrosas aventuras homosexuales cuya autenticidad aún es objeto de debate. "Es un personaje múltiple, con varias biografías que no encajan muy bien", explicaba recientemente Vargas Llosa en su casa de Madrid, donde se mostró tan brillante, preciso y generoso como la lectura de sus libros hacía presagiar. "Fue, sobre todo, uno de los primeros europeos que tienen una conciencia clara de lo que es el colonialismo".

 

A lo largo de la obra se narra la evolución y contradicciones del personaje. Hijo de madre católica y padre anglicano, fue bautizado en el catolicismo en secreto. En el transcurso de su vida pasó de anglicano a católico y de diplomático al servicio del gobierno británico a defensor de la independencia de Irlanda y conspirador contra Gran Bretaña.

 

 

PARA SABER MÁS

 

 

El Estado Libre del Congo o Estado Independiente del Congo (en francés État Indépendant du Congo) fue un antiguo dominio colonial africano, propiedad privada del rey Leopoldo II de Bélgica, cuyas fronteras coinciden con la actual República Democrática del Congo. El Congo fue administrado privadamente por el rey Leopoldo entre 1885 y 1908, año en que el territorio fue cedido a Bélgica.

 

Durante el período en que fue administrado por Leopoldo II, el territorio fue objeto de una explotación sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales (especialmente el marfil y el caucho), en la que se utilizó exclusivamente mano de obra indígena en condiciones de esclavitud. Para mantener su control sobre la población nativa, la administración colonial instauró un régimen de terror, en el que fueron frecuentes los asesinatos en masa y las mutilaciones. Debido a esto y otros factores relacionados, hubo un elevadísimo número de víctimas mortales: aunque es imposible realizar cálculos exactos, la mayoría de los autores mencionan cifras de entre cinco y diez millones de muertos.

 

A partir de 1900, la prensa europea y estadounidense comenzó a informar acerca de las dramáticas condiciones en que vivía la población nativa del territorio. Las maniobras diplomáticas y la presión de la opinión pública consiguieron que el rey belga renunciase a su dominio personal sobre el Congo, que pasó a convertirse en una colonia de Bélgica, bajo el nombre de Congo Belga.

 

En un primer momento, el producto más buscado por su valor en los mercados internacionales fue el marfil. Sin embargo, el descubrimiento de las numerosas aplicaciones industriales del caucho tuvo como consecuencia una demanda creciente de este producto, especialmente desde comienzos de la década de 1890, que multiplicó los beneficios de Leopoldo y de sus socios. Hasta 1896 la economía del Estado Libre fue deficitaria, y Leopoldo tuvo que solicitar varios préstamos al Parlamento belga para sufragar sus cuantiosas inversiones. En contrapartida por estos préstamos, Leopoldo acordó legar el Estado Libre a Bélgica en su testamento. Después de 1896, sin embargo, gracias al auge internacional del caucho, el Congo se convirtió en una inagotable fuente de ingresos, cuyas verdaderas cifras se desconocen. El mismo Leopoldo se ocupó cuidadosamente de ocultarlas. Se sabe que la Anglo-Belgian, por ejemplo, obtuvo en el año 1897 unos beneficios del caucho del 700 %.[] Leopoldo se convirtió en uno de los hombres más ricos de Europa, con un patrimonio casi imposible de calcular. Inició varias construcciones privadas en Bélgica y adquirió numerosas propiedades inmobiliarias en la Costa Azul. Según fuentes citadas por Forbath, en el momento de su muerte (1909) la fortuna de Leopoldo ascendía a 80 millones de dólares de la época.

 

La administración colonial empleó sistemáticamente la violencia para obligar a trabajar a la población nativa. En la práctica, el Estado Libre del Congo funcionó como un gigantesco campo de concentración.[] Aunque un sistema similar se había implantado ya para forzar a los nativos a abastecerles de otros productos, la situación se agudizó cuando el caucho se convirtió en el principal objeto de la codicia de los administradores coloniales. El procedimiento habitual consistía en tomar rehenes, casi siempre mujeres y niños, que sólo podían ser rescatados mediante la entrega de determinadas cantidades de caucho. Los rehenes morían con frecuencia de inanición o a causa de los malos tratos recibidos.

 

Como castigo por no haber cumplido las expectativas en la recolección del caucho eran frecuentes los asesinatos masivos por parte de la Force Publique. Como prueba de que estos asesinatos se habían llevado a cabo, los soldados de la Force Publique amputaban una mano a los cadáveres. En otras ocasiones se les cortaba la cabeza, o, para demostrar que los asesinados eran varones, los genitales. Las manos eran ahumadas y entregadas a los jefes de puesto como prueba de que la Force Publique había hecho su trabajo.

 

 

 

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