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EL HEREJE - DELIBES, MIGUEL

 

 

Esta obra es su texto más extenso y supone su primer acercamiento a la novela de ambientación histórica. Los hechos y protagonistas narrados están basados en hechos reales y cuenta el proceso y ejecución de un grupo de reformistas en el Valladolid de la Contrarreforma. A través de las peripecias vitales y espirituales de Cipriano Salcedo, Delibes dibuja un retrato de la Valladolid de la época de Carlos I de España.

 

 

Pero El hereje es también (o quizás sobre todo) una indagación sobre las relaciones humanas, es la historia de unos hombres y mujeres en lucha consigo mismos y con el mundo que les ha tocado vivir.

 

 

La figura de Cipriano Salcedo, acomodado comerciante vallisoletano que, atraído por los razonamientos del doctor Agustín Cazalla, acaba participando en las actividades de un grupo luterano pronto descubierto por la inquisición, representa la libertad de pensamiento y la independencia intelectual en un país donde la “la adicción a la lectura ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseable y honroso”.

 

 

Conviene, pues, distinguir entre el revestimiento histórico de El hereje y el tema de la obra, que sobrepasa ampliamente los límites de la estricta reconstrucción de unos hechos del pasado. Así podrá comprobarse la profunda afinidad entre varios motivos medulares de El hereje y buena parte de la obra anterior de Miguel Delibes. El individuo asfixiado por una sociedad opresora e intolerante aparecía ya en Cinco horas con Mario y, en otro sentido, en Parábola del náufrago. La afirmación de la independencia personal frente a las convenciones sociales estaba presente, con diversas formas, en personajes como el Ratero, el bedel Lorenzo, Pacífico Pérez y otras figuras inolvidables que Delibes nos ha ofrecido en medio siglo de fecunda tarea.

 

 

Era necesario subrayar estos hechos que acreditan la fidelidad del escritor a su propio mundo y mostrar cómo El hereje es, en buena medida, un compendio de toda su obra anterior. Pero existen, además, muchos detalles de la infancia de Cipriano que se relacionan con obras como El camino o El príncipe destronado, la pericia del bichero Avelino para cazar conejos (págs. 229-231), o la del doctor Cazalla -experto conocedor de pájaros (pág. 263)- en la caza de la perdiz con reclamo (págs. 276-279) recuerdan muchas páginas memorables del propio Delibes.

 

La figura de Cipriano Salcedo destaca, por su complejidad, sobre las demás, pero hay otras creaciones sobresalientes: su esposa, Teodomira, cuya obsesión por una descendencia que no llega acaba por sumirla en la locura; su tío don Ignacio, cuyo elevado rango en la Real Chancillería no basta para evitar, sin embargo, la cruel condena que recae sobre Cipriano. Es también espléndido el personaje de Minervina, la acogedora y fiel nodriza que resurge inesperadamente al final para acompañar a Cipriano hasta la hoguera. Y se halla delicadamente esbozada la figura de Ana Enríquez, convertida en un “proyecto apenas esbozado” (pág. 487) de posible relación afectiva que el trágico desenlace de los hechos hará ya imposible. En la prisión, los miembros del conventículo luterano, sometidos a presiones y torturas, acaban por delatarse unos a otros, con excepción de Cipriano, que mantiene con insólita gallardía sus convicciones y su lealtad y reflexiona amargamente: “¿Qué había quedado de aquella soñada hermandad? ¿Existía realmente la fraternidad en algún lugar del mundo? ¿Quién de entre tantos había seguido siendo su hermano en el momento de la tribulación?” (pág. 487).

 

Estos desoladores pensamientos acompañan a Cipriano Salcedo hasta el cadalso, pero no le hacen abdicar de sus ideas ni quiebran su entereza moral. He ahí el último mensaje de una novela limpiamente escrita, con una prosa que rezuma autenticidad y precisión y que sin alardes constructivos, con una división tripartita clásica, nos reconcilia con la literatura.

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