top of page

EL INFORME DE BRODECK - CLAUDEL, PHILIPPE

 

Philippe Claudel (Nancy, 2 de febrero de 1962) escritor francés.

Ha sido docente y guionista de cine y televisión. Durante su época de maestro dio clases en liceos y en la Universidad de Nancy II, donde fue profesor de Antropología Cultural y Literatura. En su tiempo libre también impartió clases a niños discapacitados y a presos.

 

Gran admirador de Simenon y del Jean Giono de la posguerra, publicó su primer libro, Meuse l'oubli, cuando tenía treinta y siete años. Sus novelas y libros de relatos han sido galardonados en varias ocasiones: la novela J'abandonne recibió el premio Francia Televisión 2000, el libro de relatos Petites mécaniques obtuvo el premio Goncourt de Novela 2003; Almas grises, su quinta novela, fue galardonada con el prestigioso premio Renaudot, también en 2003, y El informe de Brodeck fue premio Goncourt de los Estudiantes 2007.

 

En 2008 fue director y guionista de la película Il y a longtemps que je t'aime (Hace mucho que te quiero) que consiguió, entre otros premios, el César a la mejor ópera prima. Su segundo filme, de 2011, lleva por título Tous les soleils (Silencio de amor).

 

 

EL INFORME DE BRODECK.

Es una historia sobre los actos ruines que somos capaces de cometer para sobrevivir. Una fábula sobre el alma humana, sobre lo que somos capaces de callar ante el miedo y la soledad.

 

La acción no se sitúa en ningún lugar concreto. Ocurre al final de una indeterminada guerra, si bien el lector puede deducir que se trata de la segunda guerra mundial y de un pueblo de Alsacia, Austria, etc. En ese lugar va a tener lugar un asesinato por parte de casi todos los hombres del pueblo. El relato del mismo nos llevará a los horrores de los campos de concentración y de la retaguardia.

 

El hombre ante los horrores que ha sido capaz de cometer puede:

  • dejarse morir (como el estudiante que conoce Brodeck en su camino hacia el campo de concentración),  

  • puede darse a la bebida (tal es el caso del cura del pueblo), puede negar su error como la esposa del comandante nazi del campo de concentración,

  • puede emplear la confesión por medio de la palabra hablada o escrita

  • o bien, como Brodeck, puede aferrarse al único motivo que puede dar sentido a la existencia: el amor, en este caso, a su mujer.

 

La visión que ofrece Claudel es esencialmente atea: no existe una posibilidad de redención en ningún tipo de dios, cristiano o no. Es más, el único sacerdote que aparece ha abandonado su fe y trata de sobrellevar mediante la bebida todo lo que conoce sobre sus vecinos.

 

Esta novela ofrece un texto para pensar. La narración, en primera persona, no consigue sin embargo involucrar emocionalmente al lector: es una prosa fría y precisa que evita la sensiblería o la emotividad.

 

 

El Informe Brodeck no es una novela pesimista sino que deja la puerta abierta a la esperanza, a la vida y al amor.

 

Pero, sobre todo, es una magnífica novela acerca de la alteridad¹.  En el pueblo viven dos personas que son diferentes al resto: Brodeck trata de que le acepten siendo sumiso, se adapta, se humilla para no molestar, ganándose así el desprecio de los demás, de los normales. En cambio, Der Anderder no sólo no oculta su alteridad sino que, sin aspavientos ni alardes, pero sin temor, hace gala de ella.  Este, además del desprecio del pueblo, se granjea su odio.

 

Aún así, entre tanto horror, Brodeck se aferra a los últimos rasgos de humanidad que le quedan, a los últimos restos de alma que conserva.  Su voz, demasiado ingenua para alguien que ha tenido que vivir lo que él —o quizá precisamente por eso—, nos guía a través de la atmósfera asfixiante y claustrofóbica del pueblo, recreada a la perfección por Claudel. (La alteridad es la capacidad de comprender que 'el otro' (el alter) es como uno mismo. Es entender que 'el otro' es un sujeto.).

 

Para saber más:

1. La alteridad representa una voluntad de entendimiento que fomenta el diálogo y propicia las relaciones pacíficas. Cuando un hombre judío entabla una relación amorosa con una mujer católica, la alteridad es indispensable para entender y aceptar las diferencias entre ambos. En cambio, si se registra una escasa alteridad, la relación será imposible ya que las dos visiones del mundo sólo chocarán entre sí y no habrá espacio para el entendimiento.

La alteridad también puede entenderse a un nivel más amplio. El encuentro entre dos países o dos pueblos implica poner diferentes formas de vida frente a frente. Si hay voluntad de alteridad, la integración podrá ser armónica, ya que cada pueblo respetará las creencias del otro. Ese diálogo, por otra parte, enriquecerá a ambos. En cambio, si no hay alteridad, el pueblo más fuerte dominará al otro e impondrá sus creencias. Eso ocurrió, por ejemplo, a partir de la llegada de los conquistadores europeos a América.

 

La Empatía es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común, lo que otro individuo pueda "sentir". Habilidad para vivenciar lo que siente otra persona, entenderla, ponerse en su lugar y responder correctamente a sus reacciones emocionales.

 

Se trata de ofrecer una relación de calidad, fundada en un escuchar no valorativo, en el cual concentramos la comprensión y  los sentimientos y necesidades fundamentales del otro. La empatía es la capacidad de compartir los sentimientos ajenos.

 

La Alteridad en cambio, es el principio filosófico de "alternar" o cambiar la propia perspectiva por la del otro. Se aplica al descubrimiento que el "yo" hace del "otro" lo que hace surgir una amplia gama de imágenes del otro, del nosotros y del yo. Una persona, a través de la interacción, puede conocer cosas del otro que antes no conocía, de esa forma se crean imágenes e ideas sobre el otro que antes no se conocían. En general preestablecemos imágenes de los otros teniendo en cuenta solamente nuestra visión de las cosas y con los parámetros que hemos ido desarrollando. 

 

La alteridad surge como una idea de ver al otro no desde una perspectiva propia, sino teniendo en cuenta creencias y conocimientos del otro. Para esto hay que tener  un mayor dialogo, acercamiento y entendimiento sobre el otro, ya que esto permite conocer con mayor certeza a la otra persona, y de esta forma entenderla mejor. 

 

 

Más opiniones de distintos autores:

Philippe Claudel renueva su exploración de los recodos más sombríos del ser humano y sus complejos mecanismos. Los escasos detalles sobre el lugar y el tiempo de la acción, el pausado relato del narrador y su peculiar voz, al límite de la ingenuidad, otorgan a la novela la dimensión de una parábola de enorme eficacia e intensidad, a la vez sombría y llena de esperanza.

 

Si algo distingue de entrada a El informe de Brodeck es su calculada indeterminación. Sólo por ambiguos indicios podemos suponer que el escenario en que se desarrolla la trama es, tal vez, una aldea centroeuropea (¿austríaca?). Que el narrador-protagonista cuyo nombre figura en el título es judío y que su origen se sitúa en la Europa oriental (de cuyas pasadas calamidades ha sido rescatado por una mujer que, años después, sigue siendo el ángel bueno de su hogar). Que la guerra aludida es la Segunda Guerra Mundial. Que los uniformados que invadieron la aldea en cuestión eran nazis, y que el lugar de reclusión del que Brodeck ha salido -con vida, sí, pero con la dignidad quebrada- es un campo de concentración alemán. La misma naturaleza del encargo, el susodicho informe, rebosa ambigüedad. ¿Está autorizado el improvisado escriba a recabar todos los detalles que conciernen al crimen? ¿Quién habrá de leerlo, y, más decisivo aún, por qué están tan seguros los criminales de que serán perdonados? La verdad es que la faceta policial del asunto no importa demasiado, Brodeck sabe de antemano lo que hay que saber y no tiene más que ponerlo en blanco y negro. La víctima era un individuo extraño, alguien que se había instalado en la aldea poco después de la guerra, venido al parecer de la nada y resuelto a permanecer en el anonimato. Alguien a quien los aldeanos designaron con multitud de sobrenombres preñados de desconcierto, imponiéndose muy significativamente el de Der Anderer (el otro, en alemán). Su aspecto y sus maneras, su completo desinterés por encajar en el lugar: todo en él parecía esconder el propósito de suscitar recelo, de activar el atávico miedo a lo desconocido. Acaso inevitablemente, la tensión crecía conforme se prolongaba la estancia del extraño, enrareciendo el ambiente hasta lo intolerable.

 

El Otro. Uno que había removido la inmunda ciénaga en que reposaba la vida de la aldea, su apócrifa estabilidad y sosiego. Sin llegar a trabar conocimiento con nadie, ni siquiera con Brodeck, que había tratado de intimar con él, el individuo iba de un lado para otro con un cuaderno en que tomaba misteriosos apuntes. Un día, el Otro había decidido retribuir a la paciencia con que se lo soportaba, para lo cual organizó una exhibición de paisajes y retratos de propia mano. ¡Un artista, pues, y lo que hacía era trazar croquis del lugar y sus gentes! Inicialmente halagados y aliviados por lo que venía a explicarlo casi todo, pronto percibieron los lugareños que la iniciativa del personaje no era sino una bofetada a su autocomplacencia. Los dibujos del Otro mostraban lo que escondía la piel de cada uno de ellos, devolviéndoles una imagen repulsiva de sí mismos. ¿Qué poder era el de aquel intruso, que veía lo que todos se esforzaban en ocultar? ¿Con qué derecho revelaba lo que todos pretendían olvidar? Irritados, los aldeanos «vieron lo que eran y lo que habían hecho», y no lo soportaron. «Él era el espejo –dice un personaje-. Y los espejos (…) acaban rompiéndose».

 

Descubre, Brodeck, que la podredumbre moral de los verdugos cunde por doquier y que, en lo sucesivo, la cohabitación con sus vecinos es imposible.

 

El informe de Brodeck lleva a un nivel superlativo el potencial perturbador de su literatura, obsequiándonos una parábola rica en matices y planos de significado. Por medio de sutiles pinceladas y estampas hábilmente insertadas en la corriente principal del relato (precisamente aquellos saltos e idas por las ramas a que alude la voz narradora) se hace el recuento de las enormidades del siglo que debía ser el del progreso y la razón: la guerra («La guerra es una mano inmensa que barre el mundo. Es la coyuntura en que el mediocre triunfa y el criminal recibe la aureola de santo, ante quien todos se arrodillan, a quien todos aclaman, a quien todos adulan. ¿Tan insoportablemente monótona es la vida para los hombres, que desean la matanza y la destrucción de ese modo?»); la segregación y la persecución devenidas sistema. («Me llevaron, como a miles de personas, porque teníamos nombres, caras o creencias distintas de las suyas»); el tormento y la deshumanización metódicos de los campos de concentración («Las siluetas y las caras huesudas que poblaban el campo eran siempre las mismas. Ya no éramos nosotros mismos. No nos pertenecíamos. Ya no éramos individuos. Sólo una especie»); la hybris retorcida de quienes se creían llamados a dominar en razón de su raza («Los Fratergekeime –entiéndase, los nazis- seguían siendo los amos, pese a que habían perdido. Eran dioses caídos, grandes señores presintiendo que no tardarían en despojarlos de sus armas y corazas. Con la cabeza todavía en las nubes, pero sabiéndose colgados boca abajo»); la vesania corrosiva del hombre despersonalizado, del hombre-masa expuesto al delirio colectivo, al odio coreografiado por los ideólogos y caudillos de turno («La muchedumbre en sí es un monstruo, un enorme cuerpo que se engendra a sí mismo. (…) Detrás de las sonrisas, las risas, las músicas y los eslóganes hay sangre que se calienta, sangre que se agita, sangre que gira y enloquece al verse revuelta y removida en su propio torbellino»). La síntesis de una época entera, ya se ve.

 

Por su parte, el tema del terrible secreto que redondea el sentido de la historia y precipita su desenlace viene a potenciar el carácter de parábola del mal de la novela. Lo que se obtiene en definitiva es el equivalente de un clásico mayor de la literatura: El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad. Claudel, como Conrad, es un maestro en la construcción de una trama que progresa sin prisas, trama de ritmo sincopado y atmósfera atosigante, capaz -con todo- de mantener constantemente en vilo al lector. En ambos casos, narrativa de imágenes sobrecogedoras, palabra precisa y tremendo poder de sugestión; narrativa cuya interpretación se desdobla en planos simultáneos (en la novela de Conrad, recuérdese, hay el plano de la denuncia de la explotación del Congo y el plano alegórico del descenso a las tinieblas morales del individuo). Como en El corazón de las tinieblas, aunque muy condensado, tenemos en la novela de Claudel el trayecto azaroso y su similar degradación espiritual (véase el episodio del traslado en tren de los deportados al campo de concentración).

 

Al tiempo que se siente uno conmocionado por la crudeza de la historia, también se ve seducido por el sortilegio de una prosa bella y envolvente como pocas.

 

La cuestión última que plantea Claudel en esta novela versa sobre la capacidad del hombre para vivir con la verdad íntima sobre sí mismo. Y ofrece varias  respuestas para su pregunta: ante los horrores que ha sido capaz de cometer el hombre puede dejarse morir (como el estudiante que conoce Brodeck en su camino hacia el campo de concentración),  puede darse a la bebida (tal es el caso del cura del pueblo), puede negar su error como la esposa del comandante nazi del campo de concentración, puede emplear la confesión por medio de la palabra hablada o escrita o bien, como Brodeck, puede aferrarse al único motivo que puede dar sentido a la existencia: el amor, en este caso, a su mujer.

 

La visión que ofrece Claudel es esencialmente atea: no existe una posibilidad de redención en ningún tipo de dios, cristiano o no. Es más, el único sacerdote que aparece ha abandonado su fe y trata de sobrellevar mediante la bebida todo lo que conoce sobre sus vecinos.

Esta novela ofrece un texto para pensar. Llena de maravillosas descripciones de una naturaleza personalizada y de textos que se prestan para la meditación individual. La narración, en primera persona, no consigue sin embargo involucrar emocionalmente al lector: es una prosa fría y precisa que evita la sensiblería o la emotividad. Un texto que no dejará en su brutalidad y delicadeza, indiferente a nadie.

 

Aún así, entre tanto horror, Brodeck se aferra a los últimos rasgos de humanidad que le quedan, a los últimos restos de alma que conserva.  Su voz, demasiado ingenua para alguien que ha tenido que vivir lo que él —o quizá precisamente por eso—, nos guía a través de la atmósfera asfixiante y claustrofóbica del pueblo, recreada a la perfección por Claudel, para que seamos nosotros quienes encontremos la ruta que nos lleve a comprender por nosotros mismos el drama que ocultan los bucólicos paisajes de la montaña.

Dura, compleja, incomoda y brillante, una novela trascendente.

 

 

 

 

 

bottom of page