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KOBA EL TEMIBLE. LA RISA Y LOS VEINTE MILLONES - AMIS, MARTIN

 

Trad. Antonio Prometeo Moya. Anagrama.Barcelona, 2004. 322 páginas, 17 euros

 

Koba es Stalin y los Veinte Millones es el número de personas que "causaron baja" durante su mandato de muy diversas y crueles formas. Para entender la intención de Amis con este ensayo sobre esta tan conocida como desconocida historia, mejor remitirme a sus palabras:

"Parece que los Veinte Millones de muertos en la época de Stalin no tendrán nunca la dignidad fúnebre del Holocausto. Esto no es, o no sólo es, una muestra de la 'asimetría de la tolerancia' (la expresión es de Ferdinand Mount). No sería así, si en la naturaleza del bolchevismo no hubiera algo que lo permitiera".

Ésta es la premisa con la que parte el escritor inglés, aunque la cita se encuentra bien avanzado el libro, para justificar el trabajo bien hecho que representa Koba el Temible.

 

Sin tener que demostrar en demasiadas ocasiones o de una forma exagerada sus creencias o inclinaciones, entre otras cosas porque los datos y los hechos son bastante aplastantes y hablan por sí solos, Amis intenta que el Terror ruso sea valorado en su medida, sin diluirse en la Historia por circunstancias que a veces no son del todo precisas.

Y es certera la pregunta, ¿por qué hablamos del horror del Holocausto y por la historia rusa pasamos casi de puntillas? Por supuesto que hay casos, pero es verídico que la opinión general conoce mucho más a Hitler y sus movimientos que lo que Stalin era y destruyó.

Así que esta es una manera muy agradecida de descubrirlo y ahondar en el tema, ya que la prosa de Martin Amis es de esas que ayuda a hablarte de la realidad sin hacerte sentir abrumado por los datos, sin sensación de informe o de libro de texto.

 

Un ensayo muy bueno con el que yo he podido enterarme de los entresijos de una parte de la Historia en la que sólo había reparado levemente.

 

Rogelio LÓPEZ-BLANCO | Publicado el 22/07/2004

“El destino baraja las cartas, nosotros las jugamos”. Y, como jugador compulsivo, Josip Stalin (1879-1953) se jugó el futuro de millones de habitantes de la URSS para convertir al país en una potencia mundial. Josip Visarionovich Dzhgachvili usó varios pseudónimos -David, Nijeradzé, Tchijikov, Ivanovich-, hasta adoptar el de Stalin (“hombre de acero”) que empezó a utilizar después de la conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia), donde se encontró por primera vez con Lenin. Convertido en su sucesor tras el triunfo de la revolución soviética, a mediados de los años 30 organizó varias campañas de terror con millones de víctimas. Murió en su cama en 1953.

 

Uno de los fenómenos más desconcertantes del siglo XX fue la aceptación de la colosal impostura soviética por la gran mayoría de los intelectuales occidentales. Resulta muy difícil explicar que mentes de una altura excepcional, con acerada capacidad crítica hacia los males de las sociedades occidentales y dispuestas a mantener la libertad de pensamiento a cualquier coste, se hubieran tragado semejante experimento de ingeniería política y social que causó tamaña barbarie.

Es éste el fondo sobre el que discurre la reflexión y el análisis de la obra. Martin Amis, desde una posición distante en el tiempo, se pregunta por la aquiescencia de los intelectuales de la generación de su padre, el escritor Kingsley Amis, hacia el estalinismo. Y destaca que, aunque fueron muchos los que renegaron a lo largo del tiempo, en general la URSS contó con las simpatías de la izquierda hasta bien entrada la década de los setenta.

 

El autor comienza con el estudio del fenómeno de la implantación y desarrollo del bolchevismo en Rusia. No es un historiador, sus descripciones son impresionistas, con admirables aciertos por su agudeza, sin embargo, su aportación resulta esclarecedora porque, aunque vaya a trompicones y construya a base de grandes trazos, persigue la presa y la cobra. Obviamente descubre al lector la barbarie en toda su intensidad y amplitud. El capítulo dedicado al estudio del sistema revela que todo se resume en el hundimiento del valor de la vida humana, eje sobre el que se sustenta un experimento en el cual el terror era el combustible que alimentaba la máquina.

 

El otro gran capítulo está dedicado al análisis de la figura de Stalin, su condición humana y su forma de actuar en política, las decisiones que adoptó y las circunstancias que las rodearon. Martin Amis encuentra una continuidad manifiesta entre Stalin y sus antecesores, Lenin y Trotski, que ya habían montado un eficiente estado policial, practicado a fondo la eliminación en masa de los adversarios y empleado el hambre como arma represiva. En realidad Stalin, con sus singularidades -descubrió que un nuevo enemigo lo constituían los propios compañeros del partido-, era un producto de las ideas bolcheviques y sólo ahondó en la perfección negativa hasta unos límites racionalmente inconcebibles.

 

Por último, Amis trata de desenterrar las raíces de esa afinidad de los intelectuales con la URSS y el estalinismo. ¿Por qué? Su padre, Kingsley Amis, después de abandonar la causa comunista en 1956, habla de conflicto entre sentimientos e inteligencia, una necesidad emocional que hacía imposible no creer en otra cosa que no condujera a la ilusión colectiva de la justicia social y la fraternidad, pero para Martín el conflicto es más profundo y oscuro, la pugna entre “la esperanza y la desesperación” que acompaña a los que no tienen fe en la naturaleza humana, siempre imperfecta, frágil, dubitativa, pero libre.

 

De la lectura de Koba el temible cabe extraer una pregunta final, ¿cuánto hay de las manifestaciones de ese poso ideológico, como las pretensiones de superioridad moral, el desinterés selectivo (preocupación por Iraq frente a la indiferencia por Sudán) y la sordera moral (Cuba), en la actual izquierda?

 

GULAG, acrónimo de la Dirección de los Campos de Reclusión, acabó constituyendo la esencia de un sistema demencial que acabó con la vida de decenas de millones de personas en el camino. Pretendía conducir a la Humanidad, como podía verse en la puerta de uno de los campos, hacia la felicidad con mano de hierro.

 

Quien vio esta advertencia con sus propios ojos fue Alexandr Solzhenitsyn, tal y como cuenta en su “Archipiélago Gulag”, en realidad la obra más citada por Amis en este libro. Quien esté interesado en conocer los detalles, debería acudir a esta y otras obras contadas por testigos directos, porque en este sentido este ensayo no ofrece más que refritos de otras obras, mezclados con anécdotas difíciles de demostrar y, sobre todo, experiencias personales del autor con estalinistas de salón en su Inglaterra natal.

 

Pero no por eso el libro deja de ser interesante ni entretenido, al contrario. La descripción de Stalin y de las luchas por el poder en la URSS, que invariablemente se resolvían con una nueva purga, recuerdan aquello de que puedes montar un tigre, pero no bajarte de él sin que te devore. El exterminio de los kulaks, la sucesión de encarcelamientos por cuotas, las condiciones de los campos (alguien decía que tu sofá nunca es tan confortable como cuando lees el Archipiélago) y sobre todo la sensación de inhumanidad y sinsentido general llevan a Amis a la pregunta que recorre todo el libro ¿por qué Auschwitz o Mauthausen son nombres conocidos por todos, y Kolyma o Vorkuta nos resultan ajenos a la mayoría?

 

En resumen, un libro que, salvo para seguidores de Amis, a veces parece superficial y poco riguroso, pero que despierta el interés por otros más documentados, que a mi juicio no es más de lo que pretende.

 

Koba no es un libro imparcial, y probablemente no ha pretendido serlo. Amis no oculta sus tendencias ideológicas, ni las de su familia, sobre todo las de su padre, que durante años abrazó el comunismo para luego combatirlo intelectualmente. El posicionamiento y sinceridad del autor puede que le desvíe de la sacrosanta y mística objetividad, pero nadie le puede acusar de intentar engañar al lector. No obstante, el libro en lo esencial no está exento de rigor histórico, pese a que en ocasiones la dramatización y socarronería de Amis parezcan distorsionar la veracidad de los hechos.

 

El libro se divide en tres partes. En la primera parte, con el clarificador título de “El hundimiento del valor de la vida humana” Amis glosa con todo detalle, a modo de sangriento prólogo, el descomunal sufrimiento del pueblo ruso sometido a los delirios y al desprecio por la vida (una muerte es una tragedia, un millón de muertos es una estadística) que acompañó a la revolución bolchevique desde su advenimiento hasta su periodo álgido con el mandato de este Koba, el Temible. Sin querer cuestionar la necesidad de este prólogo y sin ánimo de frivolizar en absoluto con el dolor real o relativizar el nivel de abyección humana que muestran esas páginas, el prólogo se hace largo por reiterativo con esas secuencias de muertes, vejaciones, deportaciones y miserias. La singularidad, y en gran medida el valor del libro reside en la biografía de Stalin, ese “cursillo sobre Iósif el Terrible”, una contundente visión sobre esta figura capital del comunismo ruso.

 

Stalin aparece reflejado como un ser siniestro desde su juventud. Es un chaval maltratado, rebelde y violento. Su osadía es proporcional a su inteligencia innata, que no cultivada, cualidades que le sirven para colocarse en la primera línea de los acontecimientos de la convulsa sociedad rusa de principios de siglo. Su ansia de poder es manifiesta desde el consabido enfrentamiento con Trosky y la “usurpación” del poder tras la muerte de Lenin. Pero fuera de los episodios históricos conocidos y que podemos encontrar en cualquier libro de historia, el retrato que hace Amis de Stalin destaca por profundizar en la parte más psicológica del personaje y también en su atroz instinto exterminador del que no se libraron ni sus más estrechos colaboradores, amigos y familiares. Según avanzan las páginas uno se sorprende con la megalomanía exponencial de un personaje que supuestamente luchaba contra el individualismo y a favor de la socialización y la colectivización.

 

Pero sin duda lo que más impacta del libro es el relato de violencia, el sanguinario transcurrir de los días, los meses, los años, bajo el mandato de un personaje cuya primera y casi única arma política era el terror: los gulags, las purgas, las condenas a muerte en juicios sin garantías, la institucionalización de la delación, actos que afectaron primero a los desafectos al régimen, pero que, en seguida, se extendieron a todos, incluso a los más cercanos a Stalin, en una diabólica espiral: “Por entonces se había detenido ya al 5 por ciento de los ciudadanos soviéticos por ser enemigos del pueblo de una categoría u otra. Se ha dicho a menudo que no hubo una sola familia que saliera ilesa del Terror. De ser así, los miembros restantes de estas familias estaban igualmente sentenciados: por ser parientes de enemigos del pueblo. Es lícito decir entonces que, en 1939, todo el pueblo era enemigo del pueblo.”

 

 

Un libro que ha hecho correr mucha tinta en los ambientes literarios. Airado, personal y extrañamente conmovedor... Tanto más cuanto que Martin Amis se pelea con su amigo Christopher Hitchens y escruta la conducta de su padre, el novelista Kingsley Amis, que fue comunista durante quince años, antes de convertirse en feroz anticomunista.

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