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EL OLVIDO QUE SEREMOS - FACIOLINCE, HECTOR ABAD

 

Con el éxito de su libro El olvido que seremos, dedicado a la memoria de su padre, el escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince logró el reconocimiento ya no sólo de su país de origen sino de toda América Latina y España. Con catorce ediciones en Colombia y tres en España desde su publicación en el 2006, este libro de difícil clasificación (¿testimonio? ¿ensayo? ¿memorias? ¿novela?) ha logrado cosechar un sinnúmero de comentarios elogiosos y ha ubicado a su autor como uno de los más representativos escritores latinoamericanos del momento.

 

El médico Héctor Abad Gómez dedicó sus últimos años, hasta el mismo día en que cayó asesinado en pleno centro de Medellín, a la defensa de la igualdad social y los derechos humanos. El olvido que seremos es la reconstrucción amorosa y paciente de esta persona; está lleno de sonrisas y canta el placer de vivir, pero muestra también la tristeza y la rabia que provoca la muerte de un ser excepcional.

 

En ese sentido, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) es un libro “padre” como dirían en México –que es así como la lengua popular define todo aquello más que bueno–, por su calidad narrativa y sobre todo porque el protagonista de la historia es el doctor Héctor Abad (1921-1987), un progenitor diferente: “Cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”.

El médico Héctor Abad, en efecto, era un convencido de la necesidad del compromiso social de la medicina en países devastados por la pobreza como Colombia. Lo amenazaron muchas veces pero él no quiso exiliarse ni tampoco calló, en sus audiciones radiales y en sus escritos siguió denunciando a los ejecutores de la violencia que desgarraba a su país, a sus cómplices y a sus mentores. Hasta el 25 de agosto de 1987 en que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años, vestía saco y corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, “Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido que seremos...”

La mano, la memoria, el alma del escritor necesitaron cincelarse durante dos décadas para abordar la escritura de esta pérdida. “Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como uno se saca un tumor”, cuenta Héctor Abad Faciolince, quien escribió entre otras las novelas Basura (2000, Premio Narrativa Innovadora Casa de América) y Angosta (2003). Y no hay duda que el tiempo ayudó no sólo a madurar el trazo sino también a encontrar el tono adecuado.

Por eso quizá el relato El olvido que seremos cobra grandeza a partir de la extrañeza. ¿Es posible este padre amoroso? Se carcajea más que sus hijos, llora a mares cuando está triste, canta tangos y escribe poemas. Tampoco es el sostén económico de la familia. Por si fuera poco el doctor Abad educa a su prole a fuerza de abrazos, con amor protege y rodea esa familia en una caricia permanente, como un útero placentero y seguro en medio de una sociedad atravesada por la violencia intrafamiliar, política, institucional e histórica.

El resultado es la historia verídica del médico Héctor Abad contada con los recursos de la novela y que a la vez es carta, testimonio, documento, ensayo y biografía; cuarenta y dos capítulos que son la saga de la familia del escritor, iluminando la historia de Colombia de las últimas décadas desde el lugar del amor y la justicia, aunque sin poder evitar la pregunta con la que comienza y termina el libro. El por qué de la muerte.  

En la superficie, este es un libro sobre la vida de uno de los hombres que vivio (y murio) luchando por enseñar a los colombianos a ser tolerantes: Hector Abad Gomez. En el fondo, el libro recorre la historia reciente de Colombia: una lucha silenciosa, violenta. Más que a la vida de Abad Gomez, este libro hace honor a las anónimas vidas de las miles de personas que han muerto a cuentagotas de sangre. Gracias a este libro las víctimas se humanizan: tienen familias amigos y trabajo. Tienen nombre y apellido. Y los victimarios también: tienen nombres, apellidos, y poder. Pero lo mejor del libro es que es una historia sencilla del amor de un hijo hacia su padre. Y del amor de los padres hacia los hijos. Y de pronto sin saberlo, Hector Abad Faciolince nos entrega una gran lección de convivencia. Esa lección que su padre intentó exponer en múltiples artículos con poca resonancia en la sociedad. A lo mejor esta vez sí escuchemos.

El autor habla de ese Dios de los rezanderos, de las señoras camanduleras. Una sociedad pacata, incrustada en el siglo XIX, es la que describe, siempre como un espectador de todo, el autor de la obra. Ejemplos de la doblez y el cinismo de varios de los llamados jerarcas de la iglesia, el repudio de los ricos por los pobres, la avaricia de las clases altas del país, la represión de las universidades, son algunos de los temas que aborda Abad Faciolince.

Al mismo tiempo, describe a alguien que sí volteaba la cabeza para mirar al niño pobre y al pobre que jamás va a poder vivir dignamente. Cuenta el autor que su padre defendía, a capa y espada, que la medicina preventiva, la enseñanza de la higiene, la construcción de acueductos, era más importante que gastar la plata en aparatos sofisticados para los hospitales. «Decía que la sola medida de dar agua potable y leche limpia salvaba más vidas que la medicina curativa individual.» Héctor Abad Gómez fue una de esas piedras en el zapato, unos de esos mugres en el ojo para aquellos que no han dejado que este país progrese.

Por eso lo mataron. Los recuerdos del hijo retraen a la memoria las voces de su padre; las líneas de este libro nos ayudarán a no olvidarnos de quienes ya no están y, ojalá, a hablar más fuerte, a denunciar, para que esas voces ya ausentes no se pierdan para siempre. El padre del autor había dejado en un sobre un artículo para El Mundo de Medellín, titulado ¿De dónde proviene la violencia? Era su última columna. A manera de homenaje, el periódico la publicó como editorial. De él es este diciente párrafo:

"En Medellín hay tanta pobreza que se puede contratar por dos mil pesos a un sicario, para matar a cualquiera. Vivimos una época violenta, y esa violencia nace del sentimiento de desigualdad.

Podríamos tener mucha menos violencia si todas las riquezas, incluyendo la ciencia, la tecnología y la moral —esas grandes creaciones humanas—estuvieran mejor repartidas sobre la tierra".

 

Germán Izquierdo Manrique

Todos los amigos que fueron al entierro de Héctor Abad Gómez tenían miedo. Algunos, para protegerse, se escondieron desvergonzadamente tras los árboles. Sólo dos de ellos se atrevieron a hablar: Carlos Gaviria recordó aquellas horrorosas palabras pronunciadas en Salamanca, en tiempos de la guerra civil española, por un franquista de infame recordación, Millán Astray: «¡Viva la muerte, abajo la inteligencia!».

El otro que habló fue el escritor Manuel Mejía Vallejo, paisano (ambos eran de Jericó) y uno de los amigos más cercanos a Abad, quien dijo valientemente este corto discurso: "Vivimos en un país que olvida sus mejores rostros, sus mejores impulsos, y la vida seguirá en su monotonía irremediable, de espaldas a los que nos dan la razón de ser y de seguir viviendo. Yo sé que lamentarán la ausencia tuya y un llanto de verdad humedecerá los ojos que te vieron y te conocieron. Después llegará ese tremendo borrón, porque somos tierra fácil para el olvido de lo que más queremos. La vida, aquí, están convirtiéndola en el peor espanto. Y llegará ese olvido y será como un monstruo que todo lo arrasa, y tampoco de tu nombre tendrán memoria. Yo sé que tu muerte será inútil, y que tu heroísmo se agregará a todas las ausencias".

Al leer estas palabras uno llega a sospechar que, probablemente, fueron el motor inicial para que el autor, 19 años más tarde, escribiera El olvido que seremos.

 

 

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